lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre la repetición, la iteración y el sinthome




Olga Molina

Trabajo del 2011

Freud decide concluir el análisis del Hombre de los lobos forzando la apatía del sujeto considerándolo un caso de auto inhibición en la cura que corría el riesgo de fracasar. El límite de tiempo impuesto, reflexiona Freud, favoreció el quiebre de la resistencia permitiendo al sujeto recobrar recuerdos infantiles y hallar los nexos necesarios para abordar sus síntomas tempranos. No obstante los síntomas en el cuerpo que aquejaron al sujeto posteriormente obligaron a la continuación del tratamiento.
En la epicrisis del caso Freud los considera una consecuencia de la repetición de fragmentos de la historia infantil no tramitada en el análisis. Había ya observado en sus primeros historiales la presencia de restos sintomáticos que persistían al final de la cura, y sostuvo la idea de traducir por la interpretación lo traducible de lo reprimido, menos lo reprimido primordial que quedó para la historia del psicoanálisis como la traducción imposible que nombró como la roca viva de la castración.
Lacan retoma la investigación freudiana respecto de aquellos restos que persisten en el síntoma una vez interpretado. Su interés estaba orientado al estatuto de la repetición al final de un análisis y el destino de esos restos después del desciframiento de la verdad del síntoma.
Aborda la repetición en el discurso mismo y en la insistencia del goce, a nivel del texto, para considerar cómo un sujeto construye en el análisis la historia de la constitución lógica de sus fantasmas, en tanto que el síntoma escribe las marcas dibujadas por la pulsión en el cuerpo del parlêtre.
Considerándolo desde la pulsión el fantasma es una construcción imaginaria de la pulsión, mientras que el síntoma es una producción real de la pulsión. El abordaje de la clínica por lo real introduce el tercer término, la cara real del síntoma, lo que del síntoma queda fuera de sentido.
Desde esta perspectiva los restos sintomáticos a los que se refiere Freud son abordados por Lacan como algo diferente a la repetición, porque piensa el fin de análisis desde la perspectiva del atravesamiento del fantasma, sitúa entonces dichos restos desde lo que queda del goce cuando ya se ha atravesado la densidad del sentido-gozado sostenido por el fantasma.
Se trata de distinguir el síntoma como real porque como tal resiste los efectos de verdad y la traducción por el sentido, que fue la vía seguida por Freud.
Habiendo trabajado intensamente en su primera enseñanza la relación a la palabra y guiado por la pregunta respecto de la particular insistencia del síntoma, Lacan se inclina a repensarlo incorporando la función del escrito que le permite ir más allá de la palabra. Se orienta entonces al concepto de campo del lenguaje, con el que aborda la persistencia del síntoma como fijación, concepto freudiano, que nos orienta porque el goce no aparece ligado a la ley del deseo, no está tomado en una dialéctica sino que corresponde a un traumatismo, es objeto de una fijación.
Allí sitúa el acontecimiento del cuerpo en tanto reminiscencia de la experiencia del goce autoerótico que signó al sujeto en su singularidad.  
El viraje que se produce al introducir la función del escrito produce cambios a nivel de la clínica porque Lacan retoma en su lectura del primer Freud el concepto de rasgo unario y extrae sus consecuencias para construir el concepto del Uno, diferenciándolo del uno de la repetición significante, del S1 que convoca al sentido-gozado.
Nuestra referencia se orienta ahora a la elaboración que realiza Lacan, ya en su última enseñanza, cuando encuentra que las relaciones de sentido de las que se alimenta la repetición encuentran un obstáculo en el ausentido de una relación que no puede escribirse y se presenta con un “No Hay”, precedido por una afirmación “Hay de lo Uno”.
La conjunción del Uno y el goce encuentra su origen en la fixierung freudiana, es decir la pulsión detenida en un punto, punto de fijación que denota que hay uno del goce. La raíz del síntoma es la reiteración de la primacía del Uno, Uno que no entra en la serie y no pide sentido a ningún saber.
La reiteración del Hay de lo Uno denota no hay dos, correlato inmediato de No hay relación sexual. La iteración del síntoma implica un acontecimiento singular con valor de traumatismo.
Podemos construir nuestro fantasma, hystorizar nuestra historia después de haberla histerizado, es decir referirla a las huellas de los efectos de goce de la pulsión en el cuerpo, pero llegados a ese punto encontramos que la memoria como construcción de la historia de un sujeto, se opone a la invención, porque la invención no se construye con el recuerdo.
Allí la invención del sinthome abre a un modo de escribir una relación inédita con la historia, se trata de inventarse un nuevo uso del síntoma. Ese nuevo uso del síntoma que es el sinthome es una forma de captar algo de lo real más allá del sentido, real que escapa a los recuerdos.
Es una salida que abre un nuevo espacio para el parlêtre, que por estar advertido de su goce construye una nueva relación al tiempo. Hay allí una inversión  de la función temporal porque en la iteración no hay la temporalidad del pasado, es la temporalidad de la escritura del Hay Uno, solidaria del saber hacer cada vez.
El concepto de “iteración” señala una esencial diferencia respecto de la repetición, porque sitúa el punto de fijación al que permanece adherida la pulsión  en la conjunción del Uno y el goce. Es el punto singular por el que el parlêtre puede reconocer su lugar en la escena particular de goce que lo determina, y puede llegar a constatar en el testimonio del pase.
La posición del analista y el valor de la escucha de la iteración en el discurso del analizante abren el sendero que conduce al fin de análisis y a la constatación de la fijación de goce, producida por el choque traumático del lenguaje sobre el cuerpo.

2 comentarios:

  1. Me pareció excelente el trabajo de Olga. Quiero pedirle si puede ampliar como piensa "la temporalidad de la escritura del Hay Uno"
    Carlos.

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