domingo, 26 de mayo de 2013

De los discursos hacia la última enseñanza de Lacan




Gerardo Maeso


Lacan con sus cuatros discursos, en el seminario XVII El revés del psicoanálisis, realiza una formalización precisa para orientar la práctica psicoanalítica y definir el vínculo entre los seres hablantes, generando como consecuencia una incidencia plena en lo político.
       El discurso de la histeria, aquel que articula la práctica freudiana, demuestra cómo el sujeto en nuestro quehacer produce un saber a costa del amo, saber que en la ciencia constituye una realidad engañosamente neutra y que en nuestros casos muestran la privación de goce y la insatisfacción del deseo.
Este discurso, que da cuenta de la clínica bajo transferencia al diferenciarse de la clínica psiquiátrica clásica y de la moderna dada por los DSM, presenta una estructura inercial que le hizo sostener a Lacan: “la histeria se cura de todos sus síntomas menos de su histeria”.
       Fue pensado entonces un cuarto de giro del discurso de la histeria y surgió el del psicoanálisis, un nuevo discurso potente, para resolver aquella inercia que alberga la insatisfacción en su trama.
       Así el discurso psicoanalítico ubica como agente al objeto a, condensador de goce, quien pone al trabajo al sujeto, para dejar caer como producto a los significantes amos, liberando a los saberes de la tiranía de aquellos, quedando el saber en el lugar de una verdad, la que muestra –como lo señalaron nuestros colegas citando a Lacan–: “Solo es factible entender lo político si se reconoce que no hay discurso y no sólo el analítico, que no sea del goce, al menos cuando de él se espera el trabajo de la verdad”.
Pero debemos reconocer que el discurso de la histeria –análogo al discurso de la ciencia– tiene su revés en el discurso de la universidad. Éste intenta con el saber dar cuenta del goce para ponerlo a su servicio, dejando caer como resto a nuestro sujeto, que en su desposesión será privado de los significantes que le permitan al menos una identificación.
El significante amo, instalado en el lugar de la verdad, hará que el saber devenga “todo saber”, una nueva tiranía que amparada en la causalidad pretende evaluar cualquier actividad humana, haciendo del hombre un ser objetivable y medible con ayuda del número y del cálculo.
Así Lacan en la conferencia de Milán de 1972 observa que un discurso verdaderamente pestoso, “pesteux”, es aquel que está al servicio del capitalismo. “Eso basta para que eso marche sobre ruedas, pero justamente eso marcha demasiado rápido, eso se consume como un alimento, eso se consume como el fuego consume un caserío”.
No sólo el saber científico técnico derriba las barreras ecológicas por una producción desenfrenada sino que, a pesar de los derechos del hombre que limitan la destrucción de la vida y los bienes, la escena bélica promueve un nivel de crueldad desconocido hasta hoy. El cuerpo del hombre muerto se procesó y se consumió como un material más en el mantenimiento de los campos de concentración.
Las armas inteligentes, de gran poder destructivo, promueven la formación de combatientes que parten de la premisa de su autoeliminación al formar parte solidaria de los artefactos destructivos.
En el seminario De un Otro al otro Lacan señalaba que la pérdida de goce instalada por el rasgo unario podía recuperarse como lo indica: 1/ a = 1 + a.
Esta fórmula se desvanece recién cuando en el seminario Aún problematiza al objeto a y lo convierte en semblante. Desde ahí sus cuatro discursos quedan referidos a una teoría del valor y observa que el objeto pequeño a se desnaturaliza al pasar de ser un objeto referido al cuerpo para representar un valor: el plus de gozar.                                                                                       
J.A. Miller en “Una Fantasía” en Comandatuba decía: “La práctica lacaniana, tiene que vérselas con las consecuencias de este éxito sensacional, consecuencias que son sentidas como del orden de la catástrofe. La dictadura del plus de gozar desbasta la naturaleza, hace estallar el matrimonio, dispersa la familia y modifica los cuerpos no simplemente bajo los aspectos de la cirugía estética. El psicoanálisis que hizo temblar los semblantes sobre los cuales descansaban los discursos y las prácticas… constata hoy que es víctima del psicoanálisis… el padre, el Edipo, la castración, la pulsión, etc., también se pusieron a temblar.”

Lacan intenta entonces refundar la experiencia analítica en otras coordenadas que desplacen a las estructuras discursivas que se generan a partir del lenguaje.
La noción de síntoma vuelve a la escena analítica y social para mostrar que la verdad constituye un recurso endeble para aliviar a ciertos sujetos que continúan padeciendo, a pesar de haber sido analizados, como señalaba Freud en la reacción terapéutica negativa.
En el seminario R.S.I. no sólo plantea que el síntoma es lo que del “inconsciente puede traducirse por una letra, en tanto en esta la identidad de si a si está aislada de toda cualidad” y no depende del Otro.
¿Qué significa esta afirmación? Que el goce no se deja tomar integralmente por el significante, ni por lo que en el Otro se estructura como discurso y se vuelve legible como sentido.
En oposición a lo esperado, Lacan considera que el síntoma no parte para nosotros de la medicina, ni del psicoanálisis sino de Marx, tal como lo definió en lo social. Extraña inversión que muestra una fe en el hombre indiscutible, porque el proletariado, al ser despojado de todo, vehiculiza al modo de un mesías una fuerza que el capitalismo, que todo calcula, poco puede hacer, ya que está fuera del cálculo.
Es desde ahí –o sea desde Marx– donde Lacan encuentra la nueva noción de síntoma para el psicoanálisis al deshacerse de la estructura. El síntoma entonces tiene una extraña relación con el inconsciente simbólico ya que es definido ahora “como la manera en que cada uno goza del inconsciente en tanto el inconsciente lo determina”.
Esto permite una reorientación de nuestra práctica a partir de un acontecimiento de cuerpo como lo señala Lacan (definiendo al síntoma) que está más allá de la causalidad que instala la ley del deseo.
Así podemos suscribir a Lacan a la afirmación de B. Russell quien sostenía que el principio de causalidad era “una reliquia del pasado, que sobrevive, como la monarquía, sólo porque se supone erróneamente que no es dañina”.

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